Ayer jueves asistí al acto público organizado por el PSOE en el que Pedro Sánchez discutía con Piketty, el economista que ha publicado el libro de moda: Capital del siglo XXI. Piketty suena como una melodía armónica dentro del caótico debate de ideas, propio de un mundo en busca de un nuevo paradigma. Tiene una visión europeísta que le permite huir de maniqueísmos: “No es momento de buscar culpables, es momento de cambiar la política económica europea para reducir el desempleo.”
Su gran aportación es haber calculado series históricas para estimar la rentabilidad del capital, la del factor trabajo y aprovechar todas las aportaciones teóricas de economistas clásicos para llegar a una conclusión con su evidencia empírica.
Otra gran aportación es poner la desigualdad en el centro del debate académico y también en la opinión pública. Así como recuperar la visión clásica de que no se puede separar la creación de riqueza de la distribución, ya que ambas están totalmente relacionadas: “Algo de desigualdad es necesario, pero un exceso de desigualdad como el actual es perjudicial para el crecimiento.”
Piketty es un economista liberal, al estilo de EEUU, al igual que este economista observador, y como le dije ayer es una delicia escucharle. Recordemos que en España los liberales son el Tea Party. Defiende la economía de mercado como principal motor para generar empleo y riqueza, pero busca corregir los excesos en la distribución de la renta y la riqueza que el mercado genera. Algo que ya nos enseñó Edgeworth en el siglo XIX. “El desafío más importante es invertir en educación en una base amplia de la población, no sólo en los hijos de las élites”, dijo ayer en Madrid.
Pero debo reconocer que ayer Piketty en persona me decepcionó. Está en campaña para conseguir que los políticos y los gobiernos pongan en marcha su tasa del 80% sobre las grandes fortunas. Ya se ha enfrentado a Hollande por no hacerlo y, seguramente por eso, ha renunciado a la Legión de Honor.
Me parecen bien las campañas, pero siempre que estén apoyadas en el rigor académico y sean realistas. Piketty se adentró en las movedizas aguas del capital por las que han circulado los grandes economistas de la historia desde Böhm-Bawerk, Hayek, Knight, Marx, Wicksell, Fisher, Keynes y la célebre controversia de Cambridge protagonizada por Samuelson, Solow Robinson y Sraffra.
Y Piketty sigue sin resolver el problema en su libro. El stock de capital determina la rentabilidad del capital y la rentabilidad determina a su vez el stock. Por lo tanto, Piketty no debería mezclar ambos conceptos y llegar a conclusiones tan contundentes. El capital no es homogéneo y el stock de capital óptimo lo resuelven empresarios en función de su habilidad y capacidad de innovación, como nos enseñó Schumpeter en 1911, y en función de las condiciones del entorno, principalmente demanda, inflación, acceso al crédito, tipos de interés y salarios.
En el capital se concentra lo más despiadado del sistema capitalista: las empresas que innovan ganan cuota de mercado y las que dejan de ser competitivas desaparecen y mueren. Pero este sistema permite al ser humano mantener el esfuerzo constante de innovación e investigación y avanzar en renta por habitante. El fracaso del comunismo es que al eliminar la figura del empresario dejan de innovar y elimina la desigualdad haciendo pobre a toda la población.
El otro problema menos comentado, pero no por ello menos grave del libro de Piketty, es la medición del capital y de la rentabilidad del mismo. Este economista observador ha tenido que trabajar muchos años con datos de contabilidad nacional y versionando a Bismark “la gente no debería saber como se hacen las salchichas, ni cómo se calcula el PIB.”
La teoría dice que la inversión es la variación del stock de capital en un periodo determinado. Por lo tanto, se debería medir el stock de capital y calcular de su variación la inversión empresarial. Pero la contabilidad nacional lo hace al revés. Cada año hace una encuesta para medir la inversión de las empresas y de esa encuesta se deriva el stock de capital. Por lo tanto, las cifras de stock de capital tienen graves problemas de medición y esos errores se trasladan a las resultados de los estudios de Piketty. Es cierto que son la única información que tenemos y nos vemos obligados a utilizarlas, pero Piketty comete el error conceptual que nos advirtió el gran economista español Flores de Lemus: “intentar medir con balanzas de precisión troncos de leña.”
Pero mi decepción ayer fue comprobar que Piketty se mueve en un mundo conceptual de una economía cerrada. Para defender su tasa del 80% del capital dice que Roosevelt la puso en marcha y que en los años sesenta la economía mundial crecía. Pero en los años sesenta dos economistas, Mundell y Fleming, empezaron a detectar el fuerte aumento de flujos globales de comercio, financieros y de migraciones, y desarrollaron los modelos de economía abierta que este economista observador ha enseñado en la universidad durante tantos años.
Ayer le dije a Piketty que las estimaciones esperan un crecimiento de la clase media mundial del 50% hasta 2030, pero que se concentrará en Asia. Y le pregunté si Europa debería apostar por invertir en educación para mantener la meritocracia y el ascensor social, o asustarnos y protegernos del libre comercio como defiende el grupo alternativo del parlamento europeo formado por: Le Pen, Ukip, Die Linke, Podemos e IU que se oponen a firmar el TTIP con EEUU.
Fue políticamente correcto en su respuesta diciendo que el TTIP debería incluir un acuerdo de mejora de bases fiscales para reducir el fraude y aumentar la fiscalidad de las grandes multinacionales. Yo también apoyo eso y de hecho hay un grupo de la OCDE y de la Comisión Europea muy avanzado trabajando en este tema. Pero eludió contestar mi pregunta.
Los países con mayor renta por habitante tienen normalmente menor desigualdad, y son deseables las políticas públicas que corrijan la desigualdad extrema. Pero EEUU y China son países que crecen y donde las empresas invierten y aumentan el stock de capital, que es lo que busca Piketty, y ambos tienen elevados niveles de desigualdad.
En el gráfico se puede ver que el mundo no está en estancamiento secular y que en 2014 alcanzó la mayor tasa de inversión desde 1981. El problema es que los emergentes concentran el 75% de esa inversión. Y en los años sesenta -que añora Piketty- la situación era la contraria ya que eran los países desarrollados los que concentraban ese 75% de la inversión.
Si los europeos nos asustamos ya tenemos evidencia empírica en la historia -que Piketty debería conocer- que nos dice que acabaremos empobreciéndonos, reduciendo aún más la clase media y que seremos un parque temático para que vengan turistas asiáticos a ver nuestros monumentos.
Como expliqué en otro post, España es un buen ejemplo. Cuando se impusieron las políticas proteccionistas de Primo de Rivera y Franco nos empobrecimos. Cuando apostamos por el libre comercio en 1959, pero sobre todo desde nuestra incorporación al proyecto europeo en 1986, pasamos de ser una economía agrícola atrasada a una economía desarrollada, multiplicamos por seis nuestra renta por habitante y, a pesar de la dramática tasa de paro actual, hemos creado millones de empleos y cuadruplicado nuestro parque empresarial.
Por supuesto no se trata de caer de nuevo en los errores del Consenso de Washington, fruto de la revolución neocon de Reagan y Thatcher que ayer Piketty también criticó. El TTIP debe incluir regulación no sólo para el comercio, también para los flujos financieros, laborales y fiscales como pide Piketty.
Pero la fiscalidad debe ser Glocal. Bildu en Guipúzcoa ha puesto el impuesto a las grandes fortunas y se han ido la mayoría a Vizcaya. Resultado: apenas ha aumentado la recaudación. Eso le pasó a Hollande y por eso decidió no ponerlo.
Ayer Pedro Sánchez demostró ser pragmático al desmarcarse de la tasa del 80%. El sistema fiscal español es bastante progresivo, en contra de la percepción de la opinión pública, y nuestros tipos marginales de la mayoría de los impuestos son de los más altos de la OCDE. Rajoy, con el consenso de la mayoría de partidos del Parlamento, acierta subiendo el mínimo exento del IRPF para que los más afectados por la desigualdad tengan mínima carga fiscal. Pero se equivoca eliminando los dos tramos de rentas más altas y limitando la progresividad a 60.000 €. Esto aumentará la desigualdad y lo que necesitamos es corregirla.
En la riqueza, donde se concentra más desigualdad que en la renta y donde se han visto beneficiados por la política ultraexpansiva del BCE, ya existe el impuesto de patrimonio y se puede subir los tipos, especialmente para bienes inmuebles que no se pueden llevar a paraísos fiscales. Y coincido con Piketty que la clave es conseguir el tipo efectivo del impuesto de sociedades para las grandes empresas y acercarlo al de las Pymes.
Pero donde Piketty si estuvo contundente fue en decir que la prioridad para acabar con la pobreza severa en Europa es crear empleo. Y en España también hay que hablar de la calidad y los salarios de ese empleo. Si el futuro es concentrar todo el empleo en hostelería y turismo barato, compitiendo con Turquía, Grecia, Egipto y República Dominicana como estamos haciendo, volveremos al nivel de vida de los años sesenta. Y tendremos que seguir reduciendo nuestra sanidad y nuestras pensiones. Y para ello no duda en defender el contrato único hoy en El Mundo, de manera que si fuera español sería quemado en la extrema izquierda de éste país. Con un sector turístico tan importante y estacional, el contrato único no es una buena opción en España. Pero demonizarlo y no reconocer el problema no nos ayudará a resolver nuestra elevada temporalidad, precariedad y desempleo.
Lamentablemente, Rajoy ha descuartizado la investigación en I+D+i, ha dejado muy tocada la investigación en nuestras universidades y ha recortado en educación penalizando a la gran mayoría de la población y favoreciendo a las élites cuyos hijos tendrán la mejor educación. Todo ello hará crónico el problema de la desigualdad en el futuro si no se corrige pronto la herencia de Rajoy.
Yo vengo de una familia humilde y gracias a la Democracia, a la Constitución y a la educación pública he cogido el ascensor social hasta las plantas más altas del edificio. Pero no le pido protección al gobierno para mis hijos contra los chinos o contra los hijos de las familias más humildes. Al revés: van a un colegio concertado con niños normales para que aprendan a competir en igualdad de condiciones y eso les hará más fuertes que a los hijos de la élite.
Y les enseñan inglés desde los 3 años para acompañar a su padre en su plan de globalización para competir sin complejos -ni de superioridad ni de inferioridad- con los estadounidenses, los chinos, los alemanes, los chilenos, los suecos, los australianos o los sudafricanos.
Recuerda a Roosevelt: “en una depresión sólo hay que tener miedo al propio miedo”. Y un consejo: no seas proteccionista, se Glocal.