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Esta semana la Fundación del Pino me invitó a comer con James Robinson en el Foro de Libre Empresa. Tenía mucho interés en conocerle personalmente. Robinson, junto a Acemoglu, es autor del best seller mundial ¿Por qué fracasan los países?”, y la tesis del libro pone énfasis en las instituciones necesarias para que la economía de mercado funcione, un tema muy querido por los economistas ya que La Riqueza de las Naciones de Adam Smith, y más recientemente el premio Nobel de economía Douglas North, ya nos habían ilustrado al respecto.
En el libro centra su estudio en África y en países en desarrollo donde la debilidad de algunas instituciones son una clara limitación al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza. La charla durante la comida se centró en esos temas y fue muy interesante.
Pero en los últimos años se ha usado mucho su obra para analizar la crisis de nuestra querida España, y este economista observador tenía curiosidad por saber la opinión de los autores sobre nuestro país. Por eso le hice una pregunta muy concreta.
Le expliqué que en 1960 España tenía una economía planificada similar a la que tiene Cuba hoy y una renta por habitante un 60% inferior a la de Francia o Alemania. Hoy tenemos una economía liberalizada, una democracia consolidada, formamos parte del proyecto europeo y del G20 y nuestra renta por habitante está próxima a la de Francia y Alemania. Pero aún así tenemos problemas. Tenemos una elevada tasa de paro, especialmente juvenil, y una elevada deuda. Le pregunté por una institución clave para el desarrollo económico: la empresa. España ha mejorado significativamente la competitividad de su parque empresarial en las últimas décadas, pero tiene un peso de empresas de menos de 10 trabajadores muy superior al promedio de la OCDE.
Esas empresas tienen una productividad por ocupado la mitad que sus homólogas alemanas y concentran los trabajos precarios y los bajos salarios -que tanto descontento generan-, una de las causas principales de la fragmentación política y la ingobernabilidad en la que nos encontramos. Le pregunté qué reformas institucionales podríamos acometer en España para encontrar una hormona del crecimiento y que una parte de esas empresas pasen de 10 a 100, a 1.000 o a 10.000 trabajadores.
Robinson fue honesto, condición necesaria para ser un buen académico, y reconoció que no había estudiado bien el caso español ya que está especializado en África. Pero dijo que España era un caso de éxito y de los pocos países que ha conseguido subir a los escalones más altos del ranking mundial en las últimas décadas.
La vida te enseña lo importante que es preguntar directamente a los economistas que producen las ideas y no fiarte de las interpretaciones y adaptaciones que otros hacen de ellas. Este economista observador ha defendido, antes durante y después de la crisis, la tesis de caso de éxito de nuestra querida España desde 1960. Eso no significa que seamos perfectos, que no cometamos errores, que criticarlos sea ser un antipatriota o un agorero, que hayamos montado una burbuja y una crisis bancaria descomunal, que tengamos un mercado de trabajo esquizofrénico que en cada crisis despide trabajadores como una trituradora de carne picada y cuya tasa de paro sube por encima del 20%.
El pasado tiene interés, pero me interesa más el presente y el futuro, y cómo resolver el elevado desempleo, especialmente juvenil, la pobreza, la desigualdad, crecer y aumentar los recursos del estado para resolver el déficit y la elevada deuda pública y mejorar nuestro sistema de bienestar. Ayer Robinson no me ayudó en estas dudas, pero si me ayudó a recordar que los españoles hemos salido de la trampa de la pobreza y que debemos seguir avanzando para resolver nuestros problemas. Lo mismo que hemos hecho desde hace décadas y con éxito. Ánimo.