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Mi artículo de El País publicado ayer.
Celebrar el día del trabajo en un país con 24% de tasa de paro, 5,5 millones de españoles desempleados y más de la mitad de larga duración, que han perdido la prestación y han entrado en la pobreza obliga a reflexionar. Es cierto que la burbuja inmobiliaria ha sido histórica y explica el 50% del empleo destruido desde 2007. Y también es cierto que el boom migratorio y el 30% de desempleo en la población inmigrante también ha sido un hecho excepcional.
Pero ya hemos tenido tres recesiones durante la democracia y en las tres la tasa de paro ha subido por encima del 20%. Y en las fases expansivas la creación de empleo se ha concentrado en contratos temporales y precarios. Con una peculiaridad histórica; la suma de la tasa de paro más la tasa de empleo temporal se ha mantenido muy elevada y constante desde los años ochenta.
Es un fenómeno complejo, que depende de muchas variables y no tiene soluciones simples. Por ejemplo la propuesta de contrato único no garantiza que en la próxima recesión las empresas despidan a los trabajadores con menos años en la empresa y por lo tanto con menos costes de despido y no a los que menos se ajustan a perfil de empleo que necesitan. Sería una revolución para no cambiar nada.
Una sociedad desarrollada se basa en un contrato social. El contrato debe ser un compromiso intergeneracional de los que estuvieron, con los que están y con los que vendrán. Y también un compromiso intrageneracional. En España la prioridad debe ser acabar con el desempleo de larga duración y juvenil y erradicar la pobreza. Como nos enseñaba Olof Palme, la preocupación de una sociedad no debe ser cuántos ricos hay, sino conseguir que no haya pobres.
Hay dos asuntos clave que la sociedad española debe resolver y los dos son complementarios. Hay que regenerar nuestro aparato productivo. La construcción de viviendas debe seguir siendo un pilar de actividad y empleo pero no volverá a construir 700.000 casas. Y debemos actualizar nuestra regulación laboral y nuestro contrato social. La Gran Recesión ha dejado en evidencia que nuestra regulación laboral no era la más adecuada para un mundo global inmerso en una intensa revolución tecnológica. Y ha superado nuestras redes de seguridad con nuevas necesidades, principalmente los parados de larga duración mayores de 45 años. Como dijo Platón citando a su maestro Heráclito “nunca te bañarás en el mismo río, la corriente se habrá encargado de cambiarlo”.
La reforma laboral de 2012 buscaba la devaluación salarial pedida por Merkel y el BCE. Además de profundizar la crisis, ha roto el contrato social y ha amplificado la pobreza que genera una depresión de esta magnitud. No sólo con los desempleados, también los nuevos empleos que se firman en unas condiciones extremadamente precarias de salario y de condiciones de trabajo.
Los españoles necesitamos reflexionar unidos y sosegadamente sobre este asunto. Con realismo y olvidar nuestros complejos de inferioridad que nos llevan siempre a copiar modelos de otros países. España debe tener un contrato social propio y debe ser un modelo ganador en este mundo global y digital. 5,5 millones de españoles en paro y muchos en la pobreza nos obligan a ello. Y todo largo camino comienza por un paso. Caminemos.